La realidad es una, pero las formas de verla, sentirla y transitarla son tantas como personas hay en el mundo. Entonces, ¿cómo percibe un artista esa realidad? ¿Qué es esa magia que emana de alguien capaz de crear? ¿Acaso todos llevamos dentro el potencial para ser artistas? La creatividad parece estar al alcance de todos, aunque solo algunos eligen darle espacio para manifestarse.
Desde una perspectiva psicológica, podemos pensar en la personalidad del artista como una que se configura en las primeras etapas del desarrollo, donde la imaginación y la sensibilidad ocupan un lugar central. En lugar de procesar sus emociones de forma convencional, el artista recurre a la sublimación, encontrando en el arte una vía para tramitar lo que le sucede. El arte se convierte en el lenguaje a través del cual traduce sus desencantos, alegrías, duelos y todas aquellas vivencias que nos atraviesan como seres humanos. Es un lenguaje que no siempre se expresa con palabras, sino que surge a través de formas, colores, sonidos y símbolos que resuenan en lo profundo del ser.
El aporte de la neurociencia ha sido clave para entender ciertos aspectos del cerebro que parecen estar más desarrollados en las personas creativas. Los estudios sobre los hemisferios cerebrales indican que el lado derecho del cerebro, responsable de la sensibilidad, la creatividad y la capacidad de pensar en imágenes, es el que protagoniza la vida del artista. Este hemisferio es el que nos conecta con el plano de lo imaginario, lo no verbal y lo simbólico, lugares donde la creación artística cobra vida. En ese sentido, el arte no solo es una manifestación externa, sino un reflejo de la rica vida interior del artista.
Es en este plano de lo imaginario y la fantasía donde el artista encuentra su más profunda inspiración. La creación artística surge de ese espacio intermedio entre lo real y lo simbólico, donde la sensibilidad se siente en colores, se escucha en sonidos o se lee en versos. Para el artista, la sensación de plenitud al crear una obra no se completa únicamente en el acto solitario de la creación. En su proceso, siempre está presente el deseo de que su obra encuentre resonancia en otro, un espectador sensible que se conecte emocionalmente con lo que ha sido creado. La obra de arte, entonces, se convierte en un puente que no solo ordena el caos interno del artista, sino que también invita a otros a encontrar equilibrio y armonía a través de ella.
El sentido ético y social también impregna el mundo interno del artista. Su sensibilidad no solo le permite crear, sino también criticar, denunciar y señalar aquello que considera injusto o problemático en su contexto sociocultural. A lo largo de la historia, muchos artistas han sido voces fundamentales en la transformación de la sociedad, utilizando sus obras como herramientas de cambio y protesta. Desde este lugar, el arte se vuelve profundamente político, no solo en términos de ideología, sino en la capacidad de reconfigurar la manera en que otros perciben la realidad. Es una forma de mirar el mundo desde una perspectiva crítica, reimaginando realidades y, a veces, incluso generando nuevas.
Este proceso creativo y crítico está acompañado de una búsqueda constante de identidad. El artista es alguien que explora, que nunca se conforma con una única forma de ser o de entender el mundo. Su capacidad para atravesar conflictos internos y externos lo mantiene en un estado de cambio dinámico, siempre buscando nuevas formas de expresión, de entenderse a sí mismo y de entender el entorno que lo rodea.
El mundo interno del artista no solo es un lugar de creación, sino también de profunda reflexión. Al mirar la vida desde su perspectiva crítica, el artista transforma el vacío existencial en un espacio fértil para la creación. A través de esta conexión entre cuerpo y mente, el artista se mueve por la intuición y la sensibilidad, donde el corazón guía la obra tanto como la razón. Este enfoque holístico le permite conectar con la esencia de las cosas, creando desde un lugar profundo y auténtico.
Si nos atrevemos a pensarnos como artistas, podríamos descubrir nuevas formas de vivir, donde cuerpo, mente y espíritu se mantengan en un diálogo constante. Al alejarnos del pensamiento puramente racional y adentrarnos en nuestro mundo interno, podríamos abrirnos a nuevas posibilidades creativas y a una forma de ser más completa y auténtica. Ser artistas de nuestras propias vidas significa crear nuevas realidades, redescubrir nuestras potencialidades y atrevernos a ser artífices de una vida más plena, más consciente y conectada con nuestro entorno y con nosotros mismos.
En este sentido, todos somos potencialmente artistas. Solo es cuestión de despertar esa parte de nosotros que observa el mundo con una mirada distinta, una mirada que nos permita resignificar lo que vivimos, transformando nuestras experiencias en algo nuevo, enriquecedor y lleno de posibilidades.